Senador zarandeado

Senador zarandeado

No es nuevo lo del “scratche”. Antes se le llamaba simplemente acoso. Aquel día hubo “acoso y casi derribo”. Se pudo liar gorda.

Llegó al aeropuerto de Granada, procedente de Madrid, unos de los senadores socialistas que habían votado en contra de la retirada del plan de ajuste en la empresa Santa Bárbara: eso suponía más de 2.700 despidos. Cuando salió solo hacia el aparcamiento se encontró con un cabreado comité de bienvenida: más de cien trabajadores de la empresa revoloteaban a su alrededor increpándolo con toda clase de insultos.

El senador agachó la cabeza y empezó a andar hacia el coche; deambulaba por el aparcamiento, porque al estar rodeado por tanta gente apenas podía ver por dónde andaba.

El acoso cada vez era más intenso, hasta que alguien le dio un empujón. Ese momento fue de máxima tensión: solo dos o tres personas más se atrevieron a zarandearle, si el resto se llega a animar, al senador lo linchan. El miedo de aquel hombre era tan evidente que impidió que la cosa fuera a más y se salvó del linchamiento. 

Un senador socialista fue acosado por trabajadores en el aeropuerto de Granada tras votar despidos, llegando a temer ser linchado.

El “metro” llega a Láchar

metro en el pueblo de Lachar

Nos enteramos en el periódico de que un hombre había comprado un vagón del metro de Madrid para ponerlo en su jardín. Pero la realidad, una vez más, superaba a la ficción.

Francisco Rosúa, en 1990 era panadero en el pueblo de Láchar, era un hombre inquieto que sólo dormía una hora al día. ¿Que cuántas cosas se pueden hacer con 23 horas al día? Que se lo digan a Francisco, que despertaba a sus hijos a cualquier hora de la madrugada con el pretexto de hacer la última ocurrencia que se le pasaba por la cabeza. Por ejemplo, construir un castillo medieval para convertirlo en restaurante y servir comidas al estilo de aquella época, para comer con las manos y todo eso. Durante el reportaje le preguntamos al hijo mayor, de unos 16 años, que si iba a seguir los pasos de su padre y ser panadero, a lo que nos contestó.

— No, voy a estudiar una carrera universitaria.

— ¿Cuál? -preguntó mi compañero Andrés Cárdenas.

— Una que no se estudie en Granada.

Os podéis imaginar por qué.

A lo que vamos. Francisco le dijo a su mujer: “Cariño, para tu cumpleaños te voy a hacer un regalo que te va a sorprender”. Ella, conociendo a su marido, se echó a temblar. Se esperaba cualquier cosa, pero nunca pudo imaginar que le montase en el jardín de su casa un vagón del metro de Madrid inaugurado por Alfonso XIII. El vagón de metro sólo fue el primero de los artilugios que Francisco sigue coleccionando a modo de museo. Aún hoy en día lo puedes ver junto a un autobús de la Alsina y algún artilugio de transporte más, por la autovía A-92, dirección Sevilla, en una montañita que hay después de la salida de Láchar.

Francisco sorprendió a su esposa regalándole un vagón del metro de Madrid en su jardín. Desde entonces, colecciona vehículos que expone junto a la A-92.

Tuvo un intento fallido de colocar en su particular museo un Boing 767. Francisco se enteró que en Barcelona mandaban para desguace este modelo de avión, por lo que cogió a su cuñado, que es piloto, y se plantaron en el aeropuerto de la ciudad condal, se reunieron con los propietarios del aparato y le propusieron la compra para instalarlo en su museo del pueblo de Láchar. Los dueños le hicieron un precio como chatarra de algunos millones de pesetas a lo que tenían que sumarle el desmontaje, traslado en camiones y el montaje en el lugar escogido. El precio de esta operación multiplica por 2 o por 3 el precio de la chatarra. El bueno de Francisco le dijo a los de la compañía que había venido con su cuñado que es piloto por lo que se podían llevar el avión ellos mismos, a lo que les dueños le dijeron que el precio era prácticamente el mismo porque aunque lo llevasen volando a Granada tendrían que pagar el desmontaje, transporte en camiones y el posterior montaje.

Francisco, en un alarde de sensatez, contestó:

— Pero hombre, la idea es aterrizar en la autovía que está al lado del museo y luego solo hay que subirlo.

Los propietarios no daban crédito a lo que salía por la boca de Francisco y, siguiendo un poco su juego, le contestaron que no podía ser que con el tráfico que tiene la A-92 no pueden aterrizar aviones. Francisco echó el resto con otra frase épica:

— Por eso no hay que preocuparse, avisaremos a la guardia civil para que corte el tráfico.

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Francisco sorprendió a su esposa regalándole un vagón del metro de Madrid en su jardín. Desde entonces, colecciona vehículos que expone junto a la A-92.

Cuando por la ventana de Federico solo se veía Vega

Ventana de la casa de Lorca

Era la primera vez que pisaba un lugar tan emblemático como la casa de Federico García Lorca. Llevaba apenas un año en esta maravillosa ciudad y tenía todo por explorar, y ya te digo si la exploré, descubrí la tapa de los bares granadinos y en apenas un año cogí 15 kilos, menos mal que me plante en los 70 que peso ahora. Descubrí en esos primeros años una ciudad que se estaba quitando el corsé y se expandía por los cuatro costados al mismo tiempo que se construía la barrera que salvó la Vega.

En aquellos años de efervescencia y transformación urbana, se levantó el parque García Lorca en la histórica Huerta de San Vicente, lugar tan vinculado a la vida y obra del poeta. Recuerdo con claridad el día en que comenzaron las obras. Un grupo de chiquillos, llenos de entusiasmo y curiosidad, ayudados por jardineros profesionales, se encargaron de plantar los primeros árboles. Árboles que hoy, con el paso de los años, nos regalan su sombra y embellecen ese espacio lleno de memoria y significado.

Entre los presentes aquel día, destacaba la figura de mi paisano, el entonces alcalde Antonio Jara. Fue él quien tuvo el honor de plantar uno de esos árboles, gesto simbólico que quedó inmortalizado en fotografías. Pero antes de posar para la cámara, con la chaqueta remangada y la sonrisa preparada, decidió dar un paseo por la casa de Federico García Lorca, queriendo empaparse de ese ambiente tan cargado de historia y poesía.

Para mí, aquel recorrido por la casa fue una experiencia única e inolvidable. Caminar por los mismos pasillos y estancias que tantas veces habría recorrido el poeta me generaba una mezcla de respeto y emoción. Fue en una de esas habitaciones, al subir a una de las plantas, donde me encontré con Antonio Jara asomado a la ventana, contemplando el exterior en silencio. Instintivamente, sin pensarlo, levanté la cámara y capturé el momento.

Años más tarde, al reencontrarme con aquella imagen, no pude evitar reflexionar: ¿qué pensaría Federico si, desde esa misma ventana, viera su Granada transformada? ¿Qué sentiría al observar cómo la huerta de su infancia es ahora un parque, y cómo una muralla de hormigón corta la vista hacia la Vega que tanto amó? Un pensamiento agridulce que aún me acompaña.

Ventana de la casa de Lorca
El exalcalde de Granada Antonio Jara, mira desde la ventana de la casa de Federico Garcia Lorca en la Huerta de San Vicente
Parque García Lorca
Construcción del parque Federico Garcia Lorca en la Huerta de San Vicente